viernes, 14 de marzo de 2008




En la semana aparecieron, de manera sorpresiva, los nuevos pecados sociales definidos por la Iglesia católica o, dicho de otra manera, los nuevos pecados capitales. Su aparición, no es un evento intrascendente ni desdeñable. Los nuevos “pecados sociales” presentados por el plenipotenciario apostólico, el arzobispo Girotti, del Vaticano, son estos:

1. Las violaciones bioéticas, como la anticoncepción.
2. Los experimentos moralmente dudosos, como la investigación en células madre.
3. La drogadicción.
4. Contaminar el medio ambiente.
5. Contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres.
6. La riqueza excesiva.
7. Generar pobreza.
Ética y teológicamente, el término “capital” no se refiere a la magnitud del pecado o de una actuación humana desordenada. Para los moralistas católicos, estos siete pecados se denominan “capitales” porque son considerados “cabeza” o principio de los demás pecados que ofenden a Dios y al prójimo.
En este sentido, según dichos moralistas lo que constituye el mal, sea “pecado capital” o “sea pecado social” es tratar a los seres humanos como un objeto o como un medio que es utilizado en propio beneficio, y no como un respetable fin en sí mismo.
Los clásicos siete “pecados capitales”, usted los recordará, enumerados por Gregorio I, a partir del siglo VI, son estos:
1) la soberbia
2) la envidia
3) la gula
4) la lujuria
5) la ira
6) la avaricia
7) la pereza.
A estos siete pecados se contraponen tradicionalmente, según esta concepción moral, siete virtudes.
La humildad se opone a la soberbia
la generosidad a la avaricia
la templanza a la gula
la castidad a la lujuria
la paciencia a la ira
la caridad a la avaricia
la diligencia a la pereza.
Nadie puede negar que la aspiración de nuestro desarrollo social e individual, durante los últimos 14 siglos, se ha centrado en encontrar la virtud y una cierta versión de la perfección en estos siete principios. La cuestión, si así la vemos, radica creo yo, en que si hiciéramos un paralelismo entre aquella y nuestra época las cosas no parecen tan amables.
Puede uno suponer que la humildad escaseaba en medio de la construcción de los nuevos absolutismos y señores feudales de la época. Que la generosidad no era frecuente, por efecto de las hambrunas y el modesto desarrollo de la producción en los términos en los que la conocemos. La templanza daba rienda suelta a la gula, para quien pudiera ejercerla —aunque puede suponerse una pretensión igualitaria en la construcción del cristianismo inicial. Que la castidad comenzaba a jugar su papel para garantizar la descendencia y, por lo tanto, la herencia; tanto entre clérigos como entre las personas (como nos ha dolido este malvado pecado.) Para la paciencia y, puede decirse la tolerancia, contra la ira y
la incapacidad de hablar y reconocer al otro. Contra la avaricia la caridad, pues no habría como atemperar las ambiciones personales sin una visión moral sobre la riqueza y, finalmente, la diligencia; hacer cosas y construir, contra la pereza.
Tómelo con espíritu científico y pregúntese qué quiere generar la Iglesia católica con estos nuevos siete pecados sociales.
1. Las violaciones bioéticas, como la anticoncepción, contra la capacidad de decidir de las mujeres, en primer lugar, y contra la posibilidad de hacer del derecho positivo una realidad actuante. Es decir, que la sociedad se ponga de acuerdo, en vez de reconocer el derecho natural.
2. Los experimentos moralmente dudosos, como la investigación en células madre, para contravenir la posibilidad de cambiar las características de la naturaleza en función de intereses inconfesables e indefendibles.
3. La drogadicción y 4. Contaminar el medio ambiente, por razones que no necesitan explicarse.
5. Contribuir a ampliar la brecha entre los ricos y los pobres, porque son insostenibles las condiciones actuales de disparidad social.
6. La riqueza excesiva, porque es hasta grosera. Y,
7. Generar pobreza, porque nada puede avanzar en la sociedad actual, incluso, si no hay un mercado interno.

Miguel González Compeán

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